Por: La Doctora Demente
Siempre me costó relacionarme con otros niños, desde pequeña tenía miedo y era tímida. Mi madre persistentemente estaba a mi lado, mi padre falleció cuando era una bebé, mi hermano mayor era mi salvador -especialmente en la escuela- yo le decía: “mi ángel de la guarda”. La cosa es que siempre había alguien para ayudarme, protegerme o resolver cualquier problema que tuviese, pero claro está: no podían estar conmigo todo el tiempo.
Un día, mi hermano enfermó y no fue a la escuela, había unos niños que me miraban mal y se burlaban de mí en clases, pues éramos compañeros. Siempre te encuentras con alguien que te pone el ojo, como que olieran a quien pueden hacer daño.
Esa vez en la hora de recreo me quedé en la clase, porque casi no tenía amigas, entraron esos niños y comenzaron a burlarse de mí, se reían, me empujaban, hasta que de pronto un niño puso sobre mi escritorio una rata, sentí morirme, todo mi cuerpo se erizó, de repente ya no escuchaba a los niños reír, solo sentía que esa cosa me miraba; era grande, ocupaba todo el espacio del escritorio o así parecía, era negra repugnante y de un olor desagradable.
Al rato desperté en la enfermería en espera de mi madre; no recuerdo lo que sucedió después de haber visto a ese animal, pero ella le contaba a mi hermano que yo había gritado muy fuerte, que me quedé paralizada, “fría” no respondía ni escuchaba nada y de pronto me desmayé… El médico le dijo que sufrí un shock emocional.
Permanecí dos semanas sin ir a la escuela, estaba en terapia, el psicólogo confirmó que se trataba de una fobia animal. Regresé a clases casi obligada, todos me veían raro, terminé siendo la niña extraña de la escuela.
Con el paso del tiempo fui superando mi inseguridad, pero no el temor a las ratas, parecía que aumentaba, solo el pensar o imaginármelas me ponía mal, terminando así varias veces en el psicólogo, mi madre estaba cansada de que protagonizara a cada momento estos sucesos y dejó de llevarme. Pasaron como tres años, con altos y bajos, con momentos emocionales difíciles, con problemas en el colegio por las numerosas faltas. Sin embargo, logré terminar el tercer curso; después ya no quise ir más a clases, porque el hecho de salir de mi casa me ponía mal, sentía que las ratas estaban en todas partes o me las podía encontrar por donde iba. Comencé a volverme loca… arreglaba la casa, limpiaba bien sin dejar ningún rastro de comida -evitando así la aparición de moscas y por ende roedores- ya ni siquiera quería salir… mi casa era mi mejor escondite.

No dejaba de pensar en esos animales. Fuera de mi casa había unos rosales, estaban un poco descuidados, casi no había rosas solo ramas y espinas, comencé a tenerles pánico; pasar por allí era un verdadero suplicio: me costaba hacerlo, en el fondo sabía que algo malo anidaba ahí, cuando lo hacía llegaba al punto de salir tapada toda la cabeza, sin ver nada. ¡Malditos rosales!
Esta situación se volvió un tormento -otra vez- para mi madre, ella se dio cuenta que me estaba pasando algo más grave, que mis encierros, miedos exagerados y mi idea permanente de que alguien o algo estaba por ahí realmente me estaba haciendo daño. Esta vez tomó la decisión de llevarme esta vez al psiquiatra.
Retomé la terapia, comenzaron a medicarme, en realidad parecía que estaba mejorando; sin embargo, transcurrió un mes y tuve una recaída, no quería salir para ir a esa clínica, pero lo superé.
Un día mi madre me pidió que la acompañara a retirar a mi hermano del terminal, esta vez no insistió mucho yo tampoco me negué. Al salir de casa dudé un poco, pretendí taparme la cabeza pero no lo hice y salí; di unos pasos, respiré profundamente como si sospecharan que estaba afuera, de repente vi una rata y me paralicé… Quise regresarme, taparme la cabeza, realmente
no sabía qué hacer, empecé a sudar, sentía que me ahogaba, de pronto salió otra y otra, quise gritar, sentí que pisé la cola de una de ellas y… Ahora estoy en un psiquiátrico. Tengo momentos de lucidez, trato de recordar que más pasó después de aquello, pero no lo consigo, mi hermano siempre viene a verme, le he preguntado por mi madre ¿por qué no viene a visitarme?, ¿dónde está?… ¿qué había pasado aquel día?, ¿por qué llegué hasta aquí? solo siento que se pone triste, como enfadado me mira con ojos de culpa y se va sin decir nada… Continúo encerrada… y solo sé que esos animales están afuera esperando por mí para hacerme daño…

LA MUSOFOBIA
Se define como un persistente, anormal e injustificado miedo a los ratones. También se conoce como muridofobia, murofobia o surifobia.
Quienes padecen esta condición, experimentan terror y repulsión ante animales como las ratas y los ratones, aunque en algunos casos el miedo se extiende a toda clase de roedores (topos, hamsters, conejillos de indias y más). Se trata de una clase específica de zoofobia (miedo a los animales). El miedo puede ser detonado incluso al ver una foto de estos animales o una imagen en televisión.